Relatos

Mis relatos

  • Libro antiguo o de ocasión

    Publicado en la antología, Madrid en Feria. Ed. Playa de Ákaba.


    Esos amores antiguos que quedan para siempre y esos otros que se regalan como una promoción, si no aprovechas la ocasión estas jodido, porque pasa y no vuelve, y das un dos por uno o más por menos… y lo que digo no es porque esté sensible, ni porque me sienta abaratado, ni tiene nada que ver con habérmela encontrado en la Feria del Libro.

    Incluso antes de saludarnos, sabíamos que los dos estábamos pensando lo mismo, discurseando sin hablar al comparar la cola, que daba la vuelta a la feria, de los televisivos de Master Chef, con la de otros autores reconocidos. Subimos atónitos los hombros a la vez, nuestras mentes estaban ensambladas como siempre en el silencio, reduciéndonos a una sola cosa dando forma al molde de la vida. Nuestra piel acariciada aun sin tocarnos, recordando lo que me dijo una vez: Todo es lejos si no estás dentro. No sé qué fue lo primero que declamamos, no sé exactamente cada palabra, cada coma, pero sabíamos que lo que nos dijéramos, lo íbamos a recordar de manera machacona, una y otra vez, intentando no olvidarlo nunca. Fue algo así: -Bonita la feria, -Como siempre. Yo es que no me pierdo una. -Yo tampoco. -Pues qué pena que no nos hayamos visto antes. Hace que no nos vemos… ¿cinco años? -Nunca has tenido noción del tiempo. Por lo menos diez.

    - Bueno… ¿Y qué tal? ¿Sigues con Adri?, -Sí - también aprovecho alguna “ocasión” de vez en cuando- pensé sin hablar -. ¿Y tú con Chema? -También. Suspiros de colores, como los de las casetas, que vuelan libres cargados de sol mezclándose con el polvo. Creo que cerré los ojos durante medio minuto para dar libertad a mis suspiros, es posible que en ese momento ella también lo hiciera y sucumbiéramos para volver a nacer y perdurar y de la mano espigáramos entre las casetas que más nos gustan. Y puede que encontráramos, en ese medio minuto incorpóreo, un rincón en El Retiro para estar solos. Tocándonos como nos tocábamos, oliéndonos a papel, pasando las hojas, ansiosos porque nos engancha la historia, y nos gusta cómo está escrita y a diferencia de otras muchas nunca tiene FIN.


  • Desafinas

    Homenaje a Edward Allan Poe. Publicado en Subway. Ed. Playa de Akaba


    La maté porque me dijo que desafinaba. Sé que no es un motivo suficiente para matar a nadie, pero me tenía sumida en una ansiedad pastosa e incómoda.

     Desafinas. Piensen que el curso escolar empieza a mediados de septiembre y termina a mediados de junio, quitando las vacaciones de Navidad y Semana Santa calculo que soporté esa situación unas treinta y seis horas, porque la maté el último día de clase, el 20 de junio del 1988.  Fueron demasiadas las veces que temblé cuando se acercaba a nosotras a oírnos tocar la flauta. Casi desde el principio notó que uno de los pitidos no seguía la agógica musical marcada por la clase. Yo disimulaba, mis compañeras estaban indignadas se miraban entre ellas, me miraban a mí, intentando descubrir a la impostora del grupo. Desafinas. Muchas horas sintiendo que tu boca se convierte en un fango de saliva, el que fuera la mía no me daba menos asco. Me llegaba puntual a las cuatro y media de la tarde ese sabor a plástico sucio, mezclado con la acidez de mi espumarajo. Regurgitaba como una fuente al no poder soportar el estómago mis nervios enmarañados. Desafinas. La odiaba. Se llamaba Briseida. 

    Este fue el primer asesinato que cometí y desde luego no puedo decir que fuera un dadaísmo que eliminara la relación entre el pensamiento y la expresión, fue premeditado. Recuerdo que mi madre me había preparado para merendar en el recreo un bocadillo de sardinas, me gustaban las sardinas, cuando quitaba el papel con el que mi madre lo envolvía, mis compañeras ponían la misma cara renuente que cuando se oía el dichoso pitido de mi flauta. Yo le pedía a mi madre que no le quitara las cabezas, abría el bocadillo veía donde estaban los ojos de las sardinas e intentaba que mi colmillo derecho se clavara en el ojo de la sardina de la derecha y mi colmillo izquierdo en el otro. Me gustaba ver el interior de mi bocadillo con la miga de pan salpicada con pequeñas gotas de sangre. ¿Qué por qué lo hacía? Ni idea, yo desde pequeña he tenido estas cosas. Quizás esos actos eran una búsqueda constante de  que todo explotara para que se viera como es en realidad esa sustancia gelatinosa que tienen las cosas y que tenemos todos, ¿por qué nos empeñamos en esconderla? Quizás ha sido provocado por el uniforme del colegio. No me gustan los uniformes, me hacen sentir una ansiedad pastosa e incómoda. Pero voy a terminar con el asesinato de Briseida y luego si les parece, si no se les hace muy tarde o prefieren dejarlo para otra ocasión, les cuento los otros dos.

    Briseida hacía un ruido incómodo con sus tacones. No solía llevar tacones pero últimamente se reía, se pintaba los labios de un color rojo escarlata y se miraba de reojo una y otra vez en el cristal de la ventana que daba al jardín. Desconocía cuál era el motivo del cuidado tan exhaustivo  que hacía de repente de su imagen, tampoco me importaba. Yo solo miraba el tono de su boca y me embebecía preguntándome si su linfa, su plasma, sería más o menos roja que su carmín. El que estuviera distraída me venía bien, dijo “desafinas”, una sola vez. Pero fue suficiente, ya lo tenía todo pensado. 

    Cuando terminó la clase y mis compañeras se fueron secreteando aproveché para acompañar a la profesora al despacho. Le dije que le iba a ayudar a ordenar las flautas en su estante. Ella me contestó un sí muy vago, estaba de espaldas mirando por la ventana mientras se enrollaba en el dedo índice un mechón de su pelo cobrizo. Creo que miraba al nuevo profesor de gimnasia, don Ernesto. Las chicas decían que era guapo, yo solo puedo decir que cuando nos daba una orden, silbaba o hacía flexiones, la vena basílica de la mano y el antebrazo se le hinchaba, con un poco de atención se podía ver como discurría la sangre por la grasa subcutánea y otras fascias. Era ver esas venas y pensar en la aguja de mi compás, coger el compás y pensar en esas venas. Pero no quiero distraerles de lo importante, seguí colocando las flautas, Briseida seguía escrudiñando por la ventana. Mi plan iba a ser más intrincado y retorcido de lo que fue en realidad, más elaborado. Había pensado decirle que si nos podíamos sentar un rato a hablar, ya que un problema en clase con mis compañeras me tenía un poco inquieta. Sabía que ella se sentaría de espaldas a la estantería de las flautas y que estaría distraída repasando el libro de asistencias, sin mirarme lo más mínimo y sin prestarme atención como hacía siempre. Pensaba en haber cogido mi flauta, elemento desafinador, no yo, ¡no yo!, y poniéndome detrás de ella la masajearía los hombros, como nos tocaba hacer siempre a alguna de nosotras al terminar la clase. Le  subiría la barbilla en un acto acariciador y le metería la flauta por la boca, bajándola por la garganta por donde pasaba su bolo alimenticio mezclado con muchos “desafinas”. Me la imaginaba por fin con los ojos abiertos y mirándome a la cara, suplicando. Su respiración sería ruidosa y emitiría al inhalar unos sonidos chillones muy agudos. La flauta, utilizando como lubricante el carmín rojo, se mancharía exquisitamente formando arañazos trepadores. 

    Pero hubo algo que precipitó las cosas.

    —Marta…- dijo sin quitar la vista de sus papeles. 

    (Perdonen creo que no se lo he dicho todavía y ya  estoy terminando de contar mi narración: Me llamo Marta Ortigosa).

    Di un respingo, estaba un poco nerviosa la verdad.

    —Quiero comentarte una cosa…

    —Dígame señorita Briseida.

     —Desafinas.

     Cogí la flauta que tenía en la mano en ese momento, no era la mía ese fue mi único fallo, y por detrás le di un fortísimo golpe en la cabeza. Fue limpio y claro. Nada desafinado.


  • Quedamos. Te quedas

    Homenaje a Gloria Fuertes. “A veces quiero preguntarte cosas, y me intimidas tú con la mirada” (Gloría Fuertes) 

    Publicado en la antología. Mujeres sin Edén. Ed. Playa de Ákaba


    A veces quiero preguntarte cosas, y me intimidas tú con la mirada…

    …me descubro entonces enamorada,

    y río para llenar los huecos en los que me pierdo,

    y pienso, que no se me note.

    A veces nos cenamos,

    otras abrimos la nevera. 

    Nos estremecemos 

    y nos miramos la fecha,

    nunca caduca.

    A veces te invito.

    A veces me invitas.

    Y suena folk,

    a veces pop.

    No siempre hay estribillo.

    Cada uno respira por su cuenta,

    y sí, duele.

    Quedamos.

    Te quedas.


  • Nieve sucia

    Nieve. Una mujer en el suelo vestida de cintura para arriba. Piernas abiertas. Frío. Gotas de sangre que no se habían molestado en ocultar señalando el camino de la casa de piedra al jardín. Un carmín rojo, tirado y abierto como sus piernas, tres metros separado de ella. Violada, no había duda. Muerta. Su boca a medio pintar. Sonrisa congelada. Las bragas, rosas, quitadas, apretándole los muslos. Silencio. Viento helado. Trabajo. Mucho trabajo a partir de ahora.

    Daba igual que al día siguiente me hubiera despertado con el pecho de Ana en la boca, que hubiéramos desayunado el plumcake de mandarina y que estuviéramos hablando despreocupados de la película que íbamos a ver esa tarde, seguía pensando en ella, en la marca que las bragas habían hecho en sus muslos, en el carmín, las gotas de sangre esparcidas en la nieve. Rojo.  Pero eso sabía que era secundario, porque sobre todo pensaba en el olor que acompañaba sin permiso a esos pensamientos. Olor a agua congelada y podrida, como cuando se acumula escarcha sucia en la nevera, mezclada con un filete pegado y olvidado en una esquina. El asesinato o la manera de rematarlo había sido con un odio y desprecio poco habitual, no tenía el asesino prisa y eso que ella era quien era… Iba a salir publicado el asesinato en todos los periódicos del mundo.


  • Todo te vino rodado

    Parte de mi próxima novela


    Ella


    Morena, con el pelo tirante recogido en la nuca con una coleta baja, aros grandes en las orejas, ojos negros, grandes también, y bonitos…, claro que sí! muy bonitos. No los aros, los aros son horteras, horteras como ella, en cambio los ojos son como los de la vaca que pasta cerca de mi casa y bebe agua de un bañera con patas que imitan las garras de un león, vieja y oxidada, más vieja que oxidada…  Cuánto me gusta, siempre pienso en buscar una igual en un anticuario, llenarla de plantas y ponerla en mitad del salón, sería un detalle original. Siempre he tenido mucho gusto para decorar, no como ella que es una hortera, h o r t e r a, y lo repetiré las veces que me dé la gana, estoy nerviosa y es para estarlo, no me digas que me tranquilice, es fácil decirlo desde fuera, como desde arriba, como cuando te mueres y el alma se escapa de tu cuerpo y te mira desde arriba con sorna. Soy yo la que estoy aquí. Soy yo la que no sé qué hacer. Soy yo. Yo en versión ensangrentada.  Solo veo rojo y más  rojo por todas partes, y me estoy agarrando a este papel de cuadrícula como mi tabla de salvación, como se agarran las patas de la bañera, garras de león, al pasto de hierba que come la vaca, la vaca es joven, la bañera vieja.

      Ahora trabaja de recepcionista en una clínica dental, la bata le queda apretada y se adivina perfectamente la forma de su culo, pequeño, apretado también, como la bata, como un albaricoque, como si para abrirlo en dos hubiera que agarrar con fuerza, quizás también suave y aterciopelado, como los albaricoques, como los melocotones. Mejor ni lo recuerdes, mejor ni te la imagines, si te la describo yo, es para que tú no lo hagas. No lo hagas por favor.


    Yo


    Intento relajarme mirando al infinito, o mirando a un punto fijo, no sé bien cómo se hace, el caso es que me he recostado en la silla, estoy en la silla de mi escritorio, la blanca con ruedas que compré en Ikea, y he mirado al infinito y me he parado en un punto fijo, una bandera de España, sí, una bandera de España que ondea por el viento y que han puesto mis vecinos de al lado. No sé si me gusta o no que pongan la bandera de España, no sé si me gusta o no ir a la manifestación de la mujer, no sé si me identifico con las más jóvenes que promueven la manifestación o con las de mi edad que se quedan en su casa pensando qué me tienes que decir a mí, si yo ya he hecho lo que tu propones y mucho más. No me gusta ir a un encuentro con un objetivo político, de derechas, o de izquierdas, o de centro, no me importa ir a un encuentro en el que el noventa y nueve por ciento son de izquierdas o de derechas, menos yo, si se reúnen para cantar, recitar o hablar, es más, me gusta. No soy una borrega que va donde le dicen o una vaca que se queda pastando o una bañera que se aferra a la tierra con sus garras de león asustado. Soy Victoria. Una mujer de casi sesenta años, delgada no, gorda tampoco, grandota, alta, quizás tengas razón y tenga buen cuerpo. Me reconcilié hace tiempo con mi pelo, rizado, pues rizado, morena, pues morena, eso sí me tiño las canas. Siempre llevo una gargantilla con un coral que me compré en la isla de la Toja, porque me lo compré yo, no mi exmarido, el que te conté que no me trataba bien pero tampoco mal, te conté eso primero, cuando aún Carmen no me había llevado al centro de asuntos sociales de Collado Villalba, cuando aún no había conocido a Eva, cuando Eva aún no me había dicho que entrara en la sala que estaba llena de “genios”, de genios como mi exmarido. Le conté que a veces no me trataba muy bien porque estaba muy estresado, porque era juez, escritor  y  era un genio, y ella textualmente me dijo “pues anda entra pa dentro que esta sala está llena de mujeres con maridos que también son genios”. Me curaste las heridas las que se veían no, porque ya estaban curtidas, las húmedas, los moratones invisibles, me buscaste y me encontraste y volvemos al principio de esta carta, cuando te decía lo de aquel niño de la playa que decía llorando desconsolado a su madre, “¡jo… no busco la pala!...” No siempre que buscas encuentras y no siempre encuentras lo que buscabas.  Yo lo he hecho, esta sangre la he provocado yo, pero yo no lo buscaba, me lo he encontrado, igual que no te buscaba a ti y te encontré. Me empezó a llamar Barbie geriátrica, no lo entiendo, lo de geriátrica sí, lo de Barbie… ya sabes que soy grandota, ¿y sabes que hicieron una Barbie en Japón con menos pecho para que gustara más, para que las mujercitas menudas japonesas se identificaran más con ella?, dudaron mucho si la hacían o no pero al final fue un éxito, no sé dónde lo he leído…sí, divago, sí me pierdo…entiéndelo, entiéndeme, estoy nerviosa no sé qué hacer.


    Ella


    Estoy en la playa tomando el sol con mi bikini verde y negro de animal print, no, no estoy en la playa, aún no me han dado vacaciones, este año me corresponderán solo quince días, estoy  en la piscina del polideportivo con mi trikini fucsia y la anilla de metal enmarcando mi ombligo, este trikini me hace muy buen culo. Oigo a Rosalía

     Se ha puesto la noche rara

    Han salío luna y estrellas

    Me lo dijo esa gitana (¿qué?)

    Mejor no salir a verla (no)

    Sueño que estoy andando

    Por un puente y que la acera (mira, mira, mira, mira)

    Cuanto más quiero cruzarlo (¡va!)

    Más se mueve y tambalea

    Malamente (eso es) (así sí)

    Malamente (tra, tra)

    Mal, muy mal, muy mal, muy mal, muy mal (mira)

    Malamente (toma…


    Me gusta Rosalía mamá, yo soy así como Rosalía, mira su estilismo, su estilismo es el mío, 


    Me quiero dormir dejándome llevar, pero me huele a sangre, ¿estoy con la regla? Me dolía la cadera, ya no me duele, solo quiero dormir. No estoy en bikini, no estoy en trikini, estoy en el suelo, tumbada en un suelo frío, losetas de barro, en una cocina, no es mi cocina. Quiero que mi madre vuelva, que no tenga que volver porque no se haya ido. Se fue tan lejos… yo era tan pequeña, decía que estaba deprimida en España, que le vendría bien volver a Estados Unidos para salir de su depresión, que no quería ser egoísta, que no quería que el resto de la familia cambiáramos nuestra vida por ella, por su enfermedad, pero el resto de la familia éramos solo mi padre y yo, un padre bueno y sencillo que decidió casarse con una extranjera muy rubia que venía de muy lejos. Yo tenía solo trece años y te fuiste mamá, te fuiste, ayúdame ahora que tanto te necesito, estoy ensangrentada y no es la regla, es mi cadera, ayúdame ahora ya que no me ayudaste antes,  en el instituto, cuando unos chicos me acorralaron, manosearon, raboseando mi vida. Me dijeron que podían hacer conmigo lo que quisieran, que yo no era nada,  dejándome en el suelo chillaron: ¡ahora vete a decírselo a tú mamá!, a qué no esta..., riendo, violándome... más con lo que me decían que con lo que hacían. Esos chicos siguieron con su vida, para mi ese fue el principio de que todos volarán y yo me quedara en tierra.

    No terminé el bachiller, me puse a trabajar de animadora en una discoteca, por lo visto el acoso hizo que se me desataran muchos miedos y de que pensara que no merecía la pena vivir. Hasta que llegó él a mi vida, VIctor, y ahora se ha ido con otra que tendrá tus años mamá, ¿cuántos años tienes?, ¿sesenta? Mamá le sigo queriendo, él ha sido lo mejor de mi vida y yo sé que me puede volver a querer, solo nos sobra ella, Victoria, sí qué guasa, Víctor y Victoria. Mamá me gustaría que le hubieras conocido, o al menos... que me hubieras conocido a mí.

    ...Sigo oyendo a Rosalía "De aquí no sales"...


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